Memorial del engaño by Jorge Volpi

Memorial del engaño by Jorge Volpi

autor:Jorge Volpi [Volpi, Jorge]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Sátira
editor: ePubLibre
publicado: 2013-01-01T00:00:00+00:00


DÚO

—Uno genial, el otro sólo brillante; uno arriesgado e ingenioso, el otro idealista y severo; uno exuberante, el otro desconfiado; uno aristocrático y apasionado de las artes, el otro plebeyo y aficionado de los deportes de raqueta —Leah dibujaba a sus personajes como si formasen parte de su familia—. Si las diferencias de carácter entre Keynes y White eran mayúsculas (sólo los unía el altísimo concepto que cada uno poseía de sí mismo), sus planes para la posguerra no podían ser más diversos.

Leah se quitó los zapatos y se apoltronó en el sofá como si estuviera en su casa, dándole sorbitos al té de yerbabuena que ella misma se había preparado. A sus pies, Salinger roncaba estrepitosamente como si quisiera dejar clara su presencia en mi sala.

—Keynes se refugió en Tilton en septiembre de 1941, poco después de haber sido nombrado miembro de la corte del Banco de Inglaterra, para reflexionar sobre el destino económico del planeta —Leah me resumía el capítulo 4 de su tesis—. El viejo llevaba meses dándole vueltas al asunto: ¿cuáles son las fallas del patrón oro?, ¿qué problemas enfrentará Inglaterra tras la victoria? Pero sólo en la tranquilidad de la campiña dio con su esquema ideal.

Un tanto indiferente a su clase de historia económica, volví a examinar a mi compañera, convencido de que era un ser de otro planeta. Su frente amplia, cubierta por un flequillo que la hacía parecer aún más aniñada, daba paso a unos ojillos despiertos, enclaustrados en unos pómulos severos, la única parte de su rostro que mitigaba la dulzura de su expresión. Quizás lo que más me atraía de ella era que fuese una de esas personas llenas de ideas sobre cómo vivir éticamente que no abundan en el medio financiero. Nada extraño, pues, que en la pelea entre White y Keynes eligiese sin dudar el bando del segundo.

—El principal objetivo de la Unión Internacional de Compensación de Keynes consistiría en asegurar el ajuste de las naciones acreedoras sin renunciar a la disciplina de las deudoras —continuaba, indiferente a mis cavilaciones—. Según el británico, las transacciones internacionales deberían ser negociadas a través de cuentas de compensación que los bancos centrales poseerían en un nuevo Banco Internacional de Compensación. Los bancos centrales podrían comprar y vender sus propias monedas contra créditos y deudas de sus cuentas y sus balances se expresarían en una nueva unidad de medida, el bancor.

Salir a comer con ella era una experiencia que oscilaba entre la exploración botánica y el dogma religioso. Su compasión hacia el género humano se acentuaba con las reses y los cerdos que eran mancillados y luego degollados en siniestros complejos industriales. Si no me convencía de acudir a uno de los restaurantes que servían su alimento extraterrestre —falsas hamburguesas y falsas piernas de pollo hechas de pienso, de bayas o de alfalfa—, me tocaba contemplar cómo deconstruía los menús hasta inventarse platillos lo bastante puros como para deslizarse por su tracto digestivo.

—Cada banco central tendría derecho a una cantidad de bancors idéntica



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